Coca-Cola. 50 aniversario. Concurso de escritura.
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Casandra en Santander
I
Me despierto en un lugar increíble. Miro el reloj. Son las dos de la tarde. El mar acaricia los acantilados y yo estoy tumbada sobre un tapiz de hierba verde salpicada de blancas margaritas. Un barco, a lo lejos, avanza lentamente hacia la costa. A mis espaldas, un palacio exhibe tejados picudos, almenas, mansardas…, y recorta su silueta sobre el cielo azul. Yo creo que se siente orgulloso de mostrarle al mundo su espléndida figura. Está ahí, desafiante, erguido entre árboles, arbustos, hortensias y sensaciones.
Huele a sal y perfume de olas. Aspiro profundamente. Quiero sumergirme en la magia del instante. No sé cómo he llegado aquí pero recuerdo este lugar. Estoy junto al Embarcadero de la Reina, en la península de la Magdalena. Al fondo Pedreña. Severiano Ballesteros (en mi retina) sigue jugando al golf. Lo recuerdo todo. Parece que fue ayer. Vine con mi padre. Él dirigía un curso de bioquímica en la UIMP (Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander). Mis ojos disfrutan del paraíso y mi corazón recuerda que ayer y mañana son un todo de la misma historia. Y en esa historia está él, Zola Markina. Él ha llegado a mis sueños una noche triste y solitaria. Desde entonces sólo puedo pensar en él.
Mañana será un día importante para los dos. Pero ahora estoy aquí. Hay varias personas cerca del lugar en el que me encuentro. Petri está con ellas. Hablan de algo que parece interesante. Las miro y me miran, me saludan, sonríen, ¿me conocen? No lo puedo saber, yo no las conozco a ellas. Detrás de Petri hay una mujer que me recuerda a alguien, pero no sé a quién. ¿O tal vez sí? Sí, es cierto, la conozco. Se llama Mara, ayer soñé con ella. Tengo que decirle que mañana no salga del hotel, que no se bañe, que el mar está dispuesto a convertirla en sirena.
Abro el macuto militar que me acompaña siempre. Saco la cámara y descubro que las fotos que quiero tomar ya las he tomado. Luego busco mi moleskine negro y leo con avidez las últimas páginas. Llevamos dos días en Santander. Soy una alumna becada por la Universidad de verano. Petri y yo nos alojamos en el Palacio de la Magdalena. Participo en un curso de neurología. Petri dice que puede ser importante para mí. Ahora sé que lo será. Hemos visitado Santillana del Mar. Dicen que es el pueblo de las tres mentiras: porque no es santa, ni es llana, ni tiene mar. Pero tiene un casco antiguo inolvidable. Su arquitectura de la Alta Edad Media, ha permanecido intacta hasta hoy. La Colegiata de Santa Juliana, es la obra más importante del románico y es una de las imágenes en las que se inspiró Robert Kalina al diseñar los billetes de diez euros.
Tenemos previsto volver a Santillana y visitar la réplica de las Cuevas de Altamira. Pero yo sé que mañana, Zola Markina y yo visitaremos la auténtica capilla sextina del arte cuaternario. Sí, es cierto, las cuevas están cerradas desde hace varios años, pero sé que mañana se abrirá para nosotros.
Tomo mi bolígrafo de mariposas. Voy a describir el paisaje y las sensaciones que me produce este momento. No quiero olvidarlas nunca. Mara me sonríe con ternura. Yo le devuelvo la sonrisa y le indico por gestos que luego tenemos que hablar. Ella se levanta y viene hacia mí. Pero le digo que espere, que más tarde. Ahora es el momento de la palabra escrita. El impulso poético no puede esperar. Escribo, escribo, escribo… No quiero dejar nada para luego, es ahora cuando me siento bien. El paisaje ha tomado por asalto mis neuronas y no quiero que la amnesia anterógrada que dicen que padezco, ni el síndrome de Korsakoff al que otros psiquiatras aluden, ni siquiera la física cuántica que tiene explicaciones increíbles para fenómenos que aún no conocemos, pueden impedir que este instante desaparezca para siempre de mi memoria. Tal vez mañana olvide lo que estoy viviendo ahora y necesito tener las pruebas autobiográficas de que este día existió. Los textos poéticos permitirán que pueda tener mi qubits personal e intrasferible cuando lo necesite.
II
Alguien llama insistentemente a mi puerta. Miro el calendario. Mañana es hoy. Alguien se mueve en mi cuarto de baño. ¿Quién puede ser?, no lo sé ni me importan. Seguro que es Petri, pero en estos momentos ese tema ha dejado de preocuparme. Me levanto y miro por la ventana. Al fondo la bahía de Santander, impresionante, entregada en cuerpo y alma al mar abierto. Es una novia con vestido de espuma. Al fondo el faro de Cabo Mayor, a la derecha el faro de la Punta de la Cerda (también llamado de la Argolla) y a mis pies los acantilados del Palacio y el rumor de las olas escanciando el champagne de la belleza. La persona que sigue llamando no está dispuesta a marcharse sin que abra. Pero antes de abrir la puerta abro mi moleskine. La última nota dice: Mañana vendrá Zola a buscarme a las ocho y media de la mañana. Poner el despertador a las siete y media. Miro el reloj. Me he dormido. Me acerco a la puerta y pregunto:
-¿Quién es?
-Soy yo, abre la puerta de una vez.
Es Petri, pero entonces… ¿quién está en el cuarto de baño? No lo sé, pero sigue sin importarme. Abro la puerta. Petri está nerviosa y no para de refunfuñar.
- Sabía que no era buena idea. Tenía que haberme quedado aquí, contigo. ¿Sabes la hora que es? Tienes una cita en diez minutos. Vamos, date una ducha rápida. Yo sacaré tu ropa y llamaré al señor Markina para pedirle que espere unos minutos.
Entro en el cuarto de baño y allí está Mara, sonriendo. Devuelvo la sonrisa y digo: - Por favor, Mara, no salgas de aquí. No te bañes en el mar en todo el día. Ahora tengo que dejarte, pero cuando regrese te lo explicaré todo.
Ella no contesta, me da un beso y sigue sonriendo. Yo salgo del cuarto de baño, me pongo la ropa que Petri ha puesto sobre la cama y mi diadema de la suerte. En el bolso de siempre alguien ha colocado una flor que no sé si había visto antes.
En el hall del palacio está él, Zola Markina. Nosotros hemos llegado con un retraso de diez minutos, pero no está enfadado. Petri se acerca, le saluda y afirma: - Lo sentimos, señor Markina, no hemos podido llegar antes.
- No se preocupe, yo también acabo de llegar. Usted debe ser Casandra Rodríguez (afirma dirigiéndose a mi al tiempo que extiende su mano). La foto que tengo no le hace justicia. Pero sin duda es usted.
No me conoce, es la primera vez que me ve. No ha soñado conmigo. - Gracias (contesto) es usted muy amable. ¿Cuando vamos a Santillana?
- ¿Cómo sabe que usted y yo nos vamos a Santillana? (no contesto) ¡Ah!, claro, usted no sabe lo que sucedió ayer pero puede ver lo que sucede mañana.
Sigo sin contestar. Es como imaginaba. Me gusta su estilo: directo, sincero, sin demasiada retórica. - Lo siento, Señorita Petri, usted no puede venir. Iremos sólo nosotros dos.
- Pero, eso no puede ser. Yo soy la responsable de la señorita Casandra y tengo que ir con ustedes. No puedo consentir que…
- No te preocupes, Petri, no pasará nada. Confía en el señor Markina y confía en mí.
Un coche de la UIMP nos está esperando a la salida del palacio. Me siento muy afortunada. Hace un día espléndido, con ligera calima y aroma de azucenas.
Zola Markina es neurólogo, según todos los indicios de los que disponemos (Petri y yo hemos seguido su pista durante más de diez años) ha encontrado una solución para la pérdida de la memoria reciente. A mi no me importa que nadie hasta ahora haya aceptado sus postulados. Creo en él y tengo fondos suficientes para financiar sus investigaciones que serán de gran ayuda para personas como yo. Sé que sus teorías no son una patraña. Por alguna razón lo sé. Estoy segura.
III
Llegamos a la entrada de las Cuevas de Altamira donde dos personas nos están esperando. No las conozco. Son dos colegas de Zola. Allí dentro podría estar la solución a mi «enfermedad». Allí, junto a pinturas únicas de los períodos Magdaleniense y Solutrense, del Paleolítico Superior. Un lugar único en el mundo. Patrimonio de la Humanidad desde 1985 y desde 2007 uno de los doce tesoros de España.
- No me ha preguntado nada. Imagino que sabe por qué estamos aquí (afirma Zola).
- Soñé este momento. No sé lo que vamos a hacer ahí dentro. Pero sé que sea lo que sea que usted pretenda hacer, será muy importante para usted y para mí.
- Mis colegas y yo vamos a someterle a usted a una sesión de psicoterapia de sugestión. Tengo la teoría de que su «enfermedad» tiene relación con la infancia. Pero no sólo con la suya, sino con la de sus más remotos antepasado. He estudiado su árbol genealógico y me ha conducido hasta aquí. Su padre ha conseguido todos los permisos para poder tener la sesión de hipnosis en este lugar. Aquí vivió su familia prehistórica. Eran pintores excepcionales. No puedo prometerle nada en esta primera sesión y tal vez no consigamos nada nunca, pero…
- No siga, Zola. Sé que tiene la solución a mi Rosebud. Y sé que después de esta sesión, usted y yo iremos a Santillana del Mar. Sé que allí nos estará esperando mi padre, Petri, Mara y algunos alumnos de la UIMP. Y sé que yo me tomaré una Coca-Cola con churros. Un combinado que no dejaré de tomar desde ahora.
EPÍLOGO
He vuelto a Santander. Hoy presento, en los martes literario de la UIMP, mi libro «Luces desde la oscuridad». La península de la Magdalena sigue derrochando su magia y las aulas de la universidad guardando los secretos de la sabiduría, esperando a mentes inquietas que quieran desvelarlos. El profesor Markina ha recibido el premio Nobel de neurológia. Él y yo estamos unidos para siempre.