Editorial Tantín. Santander. 2004
ISBN: 84-96143-32-5
CAPITULO II de “El desconocido”
Madrid está más bella cada día, la lluvia le pone ojos de buscona condescendiente y en los cafetines de antes suenan músicas de siempre. Se discute de política, cultura y religión. La guerra y el Prestige son contertulios de saldos y ocasión, ya no aparecen en portada de palabras que avanzan el diálogo. Todo duerme en un rincón del espacio. Nuevas modas se instalan en las mesas del Gijón, del Lión, del Vienés, del Central, del Comercial,…
En el Círculo se exhibe lo trascendente junto a lo intrascendente, el color junto al blanco y negro, la vida fútil de las mariposas de la moda (muestra Paper Chic) junto a la vida eternamente presente de los muertos en combate (“Brigadas Internacionales. Imágenes recuperadas”). Las exposiciones se suceden y el ritmo de la vida se expone en rojo de venas calcinadas. Vence la apariencia sobre la verdad. Vuelvo a acordarme de ti. En el Reina Sofía se machaca sobre el mismo clavo, la moda española “tras el espejo” lleva a todas las Alicia’s a las madrigueras donde duermen los ratones. En el Thyssen no hay nada nuevo (podría sucumbir al encanto de lo de siempre) no necesito nada más. El Prado está de rebajas. Los turistas hacen cola olvidando la lluvia que cae barrocamente. Para mí no es día de museos.
La Cibeles conserva la cabeza en su sitio, los ecos del fútbol quedan lejanos. Nadie, salvo alguna gaviota moribunda, choca contra el Banco Central. Los miles de bancos que pueblan los jardines del dinero, yerguen su impúdica certeza sobre la mirada de los sin papeles, sin palabras, sin sueños, sin nadie, escoltando fardos de alegres midas recelosos. Cascorro tiene envidia de la fama del carruaje de la diosa. La puerta de Alcalá, en lo alto de la cuesta que lleva al Retiro, hecha de menos las fiestas de artistas, vagos y maleantes, políticamente incorruptibles, que vocearon la vida para callar la muerte con su boca.
Todo está en orden, en su sitio… incluido el mortal “mobiliario urbano” que deshumaniza las calles en que se asienta y habla, a grito en voz, de sus ediles. La publicidad es comida luminosa de viandantes.
El metro escupe nostalgia. Seres anónimos entrecruzan miradas zombis, huidizas. “Es mejor pedir que robar” sentencia un común con resaca que acaba de salir de Carabanchel. Mientras, tres sombras hispanas cantan—destrozan a trío “Guantanamera”. Un viejo roza a la muchacha de los ojos azules que le esquiva incómoda. La oficinista lee lo último (incomestible) de Paulo Coello, vigilando con poca sutilidad al mismo compañero de todos los días y de todos los vagones a la misma hora. Él lee el periódico en la misma página desde hace demasiado tiempo para resultar creíble… Nunca sucede nada, sólo suspiros de complicidad mal disimulada. No tendrán nada que confesar de regreso a casa.
NONNO
Páginas 49, 50 Y 51
Suena el teléfono, vuelvo a la realidad a regaña-labios. Siento que una bofetada sacude el instante y las venas respiran nuevamente aire contaminado. No contesto, no permitiré que se rompa la magia del sarcófago.
En vano aprieto los ojos, sólo veo estrellas prestadas al dolor de las cuencas silentes. Mis puños se contraen y salto de la mecedora impulsada por los muelles del hastío que produce volver a la vida. Todo se desvanece. El teléfono sigue sonando.
De forma maquinal levando el pesado instrumento de incomunicación. Una voz débil pregunta, suplica, afirma que no tiene luz en casa y que está sola. No, no está equivocada. Mi número de teléfono hace años perteneció a una compañía eléctrica. Algunas personas, sobre todo mayores, llaman, y sin esperar respuesta, cuentan de un tirón sus problemas de luz o de oscuridad. He coleccionado todo un muestrario de historias, de comunicantes y de soledades.
La señora que acaba de llamar, lleva varias horas sin luz porque no ha podido contactar conmigo hasta ahora (es decir con la “electra”). Su voz es muy dulce, casi infantil, a pesar de tener 99 años. Se llama Mercedes y vive sola, hace mucho tiempo que no escribe y no puede apuntar el número que le indico; por eso (y por la belleza de sentimientos que me transmite su voz) me ofrezco a ayudarla. Yo llamaré por usted a la compañía eléctrica, no se preocupe. Mercedes se muestra muy contenta y como si recitase un poema aprendido de memoria, me da su número de teléfono y su dirección en un solo golpe de voz.
En la compañía eléctrica dicen que no hay ninguna avería en la zona correspondiente a la dirección en la que vive Mercedes y en el supuesto de que la hubiese habido ya está arreglada. Con tan buenas noticias llamó a la entrañable anciana, voz de albaricoque, pero el número comunica. Vuelvo a intentarlo pasados unos minutos, media hora, una hora… El número comunica una y otra vez, sigue comunicando ininterrumpidamente.
Imagino que Mercedes debe haber dejado descolgado el teléfono cuando habló conmigo y no le dio la más mínima importancia. Pero, a medida que transcurre el tiempo y el teléfono sigue comunicando, comienzan a obsesionarme otras posibilidades Por eso y porque me llueven en la memoria todas las muertes solitarias de calor asesino y el espectáculo macabro urbanita que se respira en muchas ciudades donde la soledad circula entre los sabios de experiencia.
Por eso decido ir a su casa. No hay nadie en el piso. Pregunto por Mercedes al portero, éste se encoge de hombros, me mira de arriba abajo extrañado y me informa que hace casi diez años que vive allí una pareja joven, sin hijos. No conoce a ninguna Mercedes que viva en ese o en otro piso del inmueble y lleva allí más de 40 años.
Vuelvo a casa derrotada. Su teléfono sigue comunicando y yo siento su voz en el estómago como un paradigma imposible y cruel. No, en mi teléfono no ha quedado marcado el número desde el que ella ha llamado (algún día tengo que modernizar este aparato); en la compañía telefónica no pueden darme información sobre la identidad de la persona que me ha llamado (sería una invasión de la intimidad… afirma una voz metálica e impersonal).
¿Cómo recobrarme de esta sensación de vaciedades que lo inunda todo? El miedo que produce, la impotencia que genera el monstruo de dos cabezas nacido de este quebranto que amenaza con devorarme, con devorarnos.