Textos: Nieves Álvarez
Imágenes: Miguel Ángel García
Edita: Ayuntamiento de Arnuero (primera edición) EducArte (segunda edición)
Santander, marzo 2007
ISBN: 978-84-6115913611-5913-0
Ha terminado un siglo, otro comienza, la España colonial se desvanece, son azules los versos, las palabras audaces, el dadaísmo es un ascensor, la luz de los románticos se apaga y se enciende el modernismo con Platero. El amor es columpio
de emociones, los poetas van soñando caminos de la tarde, mientras la literatura trasciende de generación en generación (noventa y ocho, veintisiete, cincuenta) y
los ciclos se suceden: monarquía, república, dictadura. Las secuelas son determinantes: guerra civil, exilio, posguerra, emigración. Pero, a pesar de todo, la vida sigue. La vida se empeña en seguir tras la muerte y hacer que el recuerdo comience a despertar.
El tiempo transcurre con lentitud o a gran velocidad. Las fronteras se alargan, los vestidos se acortan, la moda crea las marcas que nos marcan, el cine en blanco y negro está en la calle y aparece el color. Mujeres invisibles tienen derecho
a voto, el fútbol sienta plaza y se abre paso la televisión. Indianos que comienzan a
volver, refugiados que tienen que partir, emigrantes que buscan un milagro para
seguir viviendo cada día pensando en regresar. Los cambios se suceden, los sentimientos no cambian, nacen la lavadora y el bolígrafo y vuela con viajeros el primer avión.
Puede que recordar sea simplemente adentrarse en las profundidades de la
memoria del bosque. Sin recuerdos no somos más que un rastro de hojas muertas en
un sueño olvidado. Nieves Álvarez
Nota: Este libro-catálogo fue editado con motivo de la exposición del mismo nombre realizada por los autores en el Observatorio del Arte de Arnuero.
A continuación, uno de los poemas del libro.
3.- Recuerdos
Éramos tan pequeños que las manos
lo descubrían todo
como sólo se puede descubrir
esa primera vez,
la que nunca se olvida.
El día sesteaba y los silencios
hablaban por nosotros.
La calle era un anuncio de nitratos,
el No-Do desmentía las vivencias,
los besos casi siempre eran robados
y el cine censuraba la pasión.
El paisaje cambió tan de repente
que no tuvimos tiempo de parar los relojes
que el viento se llevó
tras la derrota.
La vida circulaba en un tranvía
que Elia Kazan apellidó deseo
cuando ya en el ambiente caminaba
la muerte de un ciclista.
Mientras, los más audaces
queríamos volar
al este del edén
y rebelarnos
contra todos los sueños
que nunca nos soñaron.