Luz dormida, Lastura, 2023

Primera edición: mayo, 2023

Prólogo: Isabel Navarro

Colección Alcalima, n.º 222

Depósito Legal: M-16298-2023

ISBN: 978-84-127068-4-0

Comentario: Hay en la escritura de Nieves una fusión de gestos que es en realidad una fusión de tiempos (soy la que fui y soy también la que me parió), un continuum entre lo íntimo y lo colectivo que es una constante a lo largo de todo el libro, como lo es la búsqueda de esa luz, a veces tibia y a veces indómita, a veces accesible y a veces renuente, pero que «anida dentro de tus entrañas y te obliga a ser tú a pesar de ti misma». Isabel Navarro.

incluyo a continuación el primer prólogo del libro.

A MODO DE PRÓLOGO I


APRENDIENDO A SER
Esta mañana ha sido muy curiosa.
Durante varias horas invisibles
he sido ama de casa
planchando las camisas al marido,
las sábanas, pañuelos, pantalones…
Y mientras las planchaba, los recuerdos
poblaban mi universo de vapor.
Allí estaba mi madre,
planchando junto a mí, sin levantar cabeza.
Yo la he mirado siempre con ojos muy abiertos,
queriendo adivinar en qué pensaba,
intentando encontrar su magia y su calor.
Mientras yo la miraba
a veces sonreía y otras veces
tenía la mirada en otra parte,

ausente, inaccesible.
Para planchar la ropa –me solía decir–
primero hay que lavarla
en las pozas de arriba
–haga frío o calor,
sea otoño, verano o primavera,

incluso en el invierno
con las manos temblando
llenas de sabañones y tristeza–
y hay que subir esa cuesta empinada,
y frotar y frotar
hasta que las heridas de los dedos
amenacen con mancharte la ropa.
Tras la primera mano,
con jabón y paciencia hay que tenderla al sol
–una lejía gratis, saludable, eficaz–.
Mientras la ropa blanca se blanquea,
hay que lavar lo oscuro, los colores,
y hablar y sonreír –aunque no tengas ganas–
por buscar el refugio de las otras mujeres.

Dar la segunda mano y aclarar
antes de que atardezca.
Ya con la ropa limpia regresamos al pueblo
para poder tenderla –aún con luz–
en las cuerdas pegadas a la Iglesia
para que al día siguiente –ojalá que no llueva–
esté seca y se pueda comenzar a planchar.
Yo he visto –algunas veces–
camisas escarchadas que podían
mantenerse de pie,

carámbanos prendidos en los pliegues
de vestidos y faldas,
camisetas, pañuelos,
corpiños, calcetines y calzones,
mientras la vida sigue detrás de cada casa,
los instintos regresan a las bocas
y agrandan las paredes del amor.
Esta mañana ha sido muy curiosa.
Planchando he descubierto
que estoy en mi paisaje,
pero que sigo siendo esa niña pequeña
que busca entre las faldas de su madre
para aprender a ser.

Nota: dedicado a Felisa Martín Gómez, mi madre, y a Flor Álva￾rez Martín, mi hermana, naturales las dos de Mingorría (como yo), ellas me enseñaron a planchar sin decir nada, y me dieron una manera diferente de comprender el mundo femenino; con ellas (aunque no estén conmigo desde hace demasiado tiempo) sigo aprendiendo a ser, a soñar y a vivir sin planchar.